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Mostrando entradas de enero, 2009

La bombilla

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Recién casados, vivíamos hasta hace poco en una casa cómoda y amplia situada en uno de los sectores más progresivos y elegantes de la ciudad, en la calle La Luz para ser más preciso. Todo nos marchaba muy bien, nuestra rutina era tan normal y cotidiana como la de cualquier otro vecino, hasta que sucedió algo que nos cambió la vida… Esa mañana, Lucila, mi esposa, limpiaba la lámpara del cuarto y al tocarla se fundió la bombilla. En ese mismo momento tocaron el timbre de la puerta, y para sorpresa de ella, era un pregonero. —Hola doñita, me llamo Baphomet y vendo bombillas. —¡Oh, pero que coincidencia, justo lo que necesitaba! —Son de larga vida, señora, nunca más se le fundirá. Cuando llegué a mi casa, después de un día agitado en la empresa de seguros, Lucila me dio la noticia muy contenta, pues según ella había comprado una de esas ampollas homologadas que ahorran energía y no cansan la vista. —Muy bien, querida, es tu reino y tú lo manejas —le dije sonriente, mientras le tiraba una g

La foto*

"Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso". El día en que se lo llevaron lo contemplaba desde la ventana. Él recogía unas rosas en el jardín. Se veía tan bello y tranquilo que saqué mi cámara para tomarle un par de fotos. De pronto llegó un carro patrulla y se bajaron dos hombres altos con trajes negros y sombreros metálicos. Lo tomaron por los brazos y levantándolo del suelo como si fuera un saco de plumas se lo llevaron. Parecía un niño entre dos gorilas. Grité indignada y corrí. Pero fue en vano. Pocos metros antes de llegar a él para protegerlo, lo metieron al auto; apenas pudo dar vuelta a la cabeza para mirarme. Enfoqué mi cámara como último acto de voluntad. En el momento en que disparé, sonrió como sólo puede hacerlo un ángel. Sus ojos grandes parecían decirme "no te preocupes, todo va a estar bien". Y desapareció como una sombra dentro del Lincoln. Mi mente entendía la tragedia aunque su expre

Carta nunca enviada

Amor Mío: No existe un adiós y un hola: te prometí que lo haría, y ya ves, te saqué de la prisión de cristal, aunque ahora pago mi precio; pero no importa, reina mía, sólo tú, Dios y yo sabemos la verdad, y ni pito ni flauta me importa que para estos bembos de perro vestidos de blanco, pero con alma negra, me retengan aquí. Por lo menos, hoy me han dado un bolígrafo y unas cuantas hojas de papel, y enseguida corrí a escribirte. Pobrecitos, yo de lo más feliz, y ellos, todos, empecinados en que estoy loco. Mi niña, de vez en cuando mi vida es un escribir constante, y eso es tan natural en mí, como el respirar. Por eso, por lo de respirar es que avancé a escribirte, porque te amo, te extraño y deseo estar contigo; la vida se me hace tan cortita. ¡Ay!, amiga, te cuento que tan sólo dos cosas te darán resultados para realizar tus sueños, después de la esencial fe en Dios, y esas son: la verdad con amor y la locura sin mentiras, así a sangre fría. Mi amiga, yo te buscaba en mis ratos libres

Despedida

Dicen que el amor es ciego y la locura siempre lo acompaña. Eso es erróneo: lo que es ciego es el apego. Allí estabas, cavilando en la segunda mitad de tu otoño, en medio de la oficina amplia y cómoda, como un pájaro enjaulado; sintiendo y pensando como millones de seres en este mundo, disueltos en la masa, pasando por la vida sin dejar huellas; haciendo simplemente tic-tac como el viejo reloj en la pared. Y allí, siempre allí, sumergido en un sillón ejecutivo, contemplabas tu interior disiparse sobre la mesa gris de tu consciencia. Un olor delicado de violetas frescas te hizo extrañar a Helena, la secretaria. Encima del escritorio, limpio e inmaculado, al lado de un frasco de píldoras antipsicóticas, un pequeño sobre color rosa te invitaba a que lo abrieras. Todo el espacio a tu alrededor se pintaba de rosa. Por un instante intentas abrirlo, pero te arrepientes. El miedo y la duda se apoderaban de ti. ¿Por qué ahora, cuando mejor te encontrabas? Habías,

Breve historia de amor y de locura

Cuenta la leyenda que en un día de sol esplendoroso, a eso del mediodía, el sonido de una explosión resonó su eco más allá de las colinas. Los pajaritos cesaron de trinar, los bambúes se mecieron con el impacto, y las hojas, al caer al pozo, formaban ondulaciones en sus aguas serenas. En la lejanía, una mancha ígnea, seguida por una columna de humo, se dibujaba en la falda verde del monte. Desde la plantación de tabaco los trabajadores avistaron la humorada que se expandía en el cielo. El joven Polo, que silbaba la canción del amor, mientras amontonaba un fardo de hojas, escuchó los gritos. Sus ojos se ensancharon, petrificados de horror. ―¡Paquitaaa! ―gritó aterrorizado. Corría despavorido, como un relámpago; impotente, deseó tener alas para llegar a ella y librarla del fuego impetuoso que la vestía y consumía, mientras se agitaba de un lado para otro presa del pánico.En la mente de Polo, la canción de amor se convirtió en una de miedo y dolor. Como ráfagas vertiginosas, lleg

El colectivo mágico

──Tienes razón, ahora veo porqué Borges decía en su cuento que El Quijote lo pudo haber escrito otra persona o que todos podíamos ser el autor. Recuerdo que esas fueron las últimas palabras que le escuché decir a mi amigo el profesor. Era sábado por la mañana y fui entusiasmado para el aeropuerto a recogerlo. Él llegaba de la universidad de California, acababa de obtener un doctorado en literatura comparada, y decidió celebrarlo en la Isla, con sus amigos. Nos abrazamos eufóricos y comenzamos a hablar de los viejos tiempos y de las nuevas corrientes literarias. Por el camino nos dio hambre y lo invité a tomarnos una fría y a comernos unas alcapurrias en la lechonera “La Familia”, de don Pedro. Cuando llegamos, el viejo asaba un cerdo y su esposa María atendía a un turista. Al parecer el gringo le había dado un billete de cincuenta dólares, y ella no sabía distinguir si era de los buenos o de los falsos. ──¡Mirale el pájaro! ──le gritaba don Pedro. Intuí rápido que él se refería al á

Por un bigote

Siempre fui muy tímido. Tanto, que evitaba mirarme a menudo en el espejo para no cruzar la mirada conmigo mismo. Ese defecto me causaba gran dolor y desconcierto. Un día sucedió algo que cambió mi vida y me quitó la timidez de un golpe. Ese día me desperté, como siempre, al compás de doña costumbre y de don deber; comencé a reordenar las piezas del rompecabezas de mi vida, pues la noche anterior había bailado con el Diablo, y el resultado de unas copas extras me latía en la cabeza. Pero era lunes, un día odioso; no tuve más remedio que levantarme he irme a trabajar. Casi dormido, me dirigí hacia la cocina, calenté un poco de agua sucia con sabor a café, encendí la radio y luego, al mirarme sin ganas en el espejo del baño, decidí que mi bigote ya me pesaba, y tenía que desaparecer. Trabajaba en aquel entonces con una compañía que suministraba servicios de entrega de comidas y mercancía a las industrias del área. Consistía mi trabajo en conducir una camioneta mini van surtida de g

Delirium tremens

Frente a ti, un hombre con un litro de ron, espera su turno en la fila de pago. Lleva pantalón caqui y camisa crema. Sus ojos denotan cansancio. Por lo reseco de sus manos asumes que es un obrero; indudablemente un carpintero o albañil de algunos cincuenta años. Hoy ha trabajado mucho. Cree que merece una recompensa, piensas. Cabizbajo se adelanta en la fila. De vez en cuando mira hacia los lados. Sus manos se agarran con más fuerza al litro con el preciado líquido, hoy llegará tarde a su casita de madera y cinc situada en lo alto del barrio, cerca de la quebrada. Apenas se de el primer trago, comenzará la metamorfosis. Su compañera, una mujer analfabeta, pero dulce y dedicada a sus hijos, ha puesto en la olla las habichuelas, pero espera que él traiga la bendita mestura, tal vez bacalao o alas de pollo. Tienen siete hijos; tres machitos y cuatro hembras. El segundo, un adolescente flaco y tímido, de mirada sensitiva, es quien vigila y cuida que su padre no se ausente, y observa el

Vuelo de mariposa

Aquella tarde gris de noviembre de 1963, Carlitos, regresó del patio con una lagartija verde amarilla en sus manos, entró con sigilo a su casa y vio que su madre lloraba, mientras que su padre, enfurecido, se agitaba de un lado a otro. El rostro de ella estaba hinchado y de sus labios corría un hilillo de sangre. La radio estaba encendida y podía escucharse una voz pastosa, acentuada por el ritmo de una música lenta y fúnebre, que pronunciaba a ratos la palabra “quénedi”. ―Papá, ¿por qué llora mamá? ―preguntó asustado. ―¡Shh, cállese niño, vay’se a lavar! ―le gritó su padre, sin siquiera mirarlo–. Los niños hablan cuando las gallinas mean. Al instante una mariposa amarilla entró por la ventana y revoloteó por toda la casa. Carlitos tiró la lagartija al suelo y corrió hacia los brazos de su madre. El tiempo pasó sin remedio . Al ritmo de los Rollings Stones creció Carlitos, pro sin ninguna satisfacción . Un día, después de su mayoría de edad, fue reclutado por el tío Sam y ll

El hechizo

Me llamo Dolores Dríades, pero ustedes pueden llamarme Lolita; y por lo que veo, creo que soy la más vieja del grupo. Escuchen, yo tenía diez años cuando me inicié. Mi padre tomaba mucho. Una mañana, por causa de sus borracheras, amanecimos sin ni siquiera café para amortiguar el dolor del hambre. El viejo estaba tirado en el piso y mi madre preparaba una agüita de yerbabuena. Y ese sonsonete en mi cabeza. No paraba de cantar esa dichosa canción de la cucaracha: “La cucaracha, la cucaracha, ya no puede caminar porque le falta, porque no tiene, ron cañita pa’ tomar...” Al mediodía me mandó al cafetín a que le buscara una caneca. Me fui por el caminito lleno de robles floridos, y cuando cruzaba el río, sentí que me llamaban de un modo bajo y despacito. Me detuve, miré para todos los lados pero no vi a nadie. Entonces pensé que eran desvaríos de mi cabeza, ya que el hambre nos hace alucinar, y proseguí mi camino. Cuando llegué al colmado vi a un hombre sentado fren

Historia de un desamor en un domingo por la tarde

Hefesto despertó en el Más Allá:─¡Socorro! ¡Socorro!... ¡Soy culpable, culpable...!─¡No puedo más!... ¡Perdón! ¡Perdón!─¡Señor juez, señor juez!... ¡Menos mal que, al fin puedo hablar!─¡Déjeme hablar!Y Mefistófeles, el dirigente de la mansión espiritual le acarició su cabeza atormentada, y le contesto en tono amigo:─Diga, lo que desee. Estamos aquí para ayudarle. El rostro del desencarnado se lleno de lágrimas y se transformó la propia debilidad en energía inesperada; y compungido, comenzó a hablar: Señoras y señores del jurado, me presento como la voz de Hefesto Martínez, mayor de edad, herrero de oficio, y ante Dios me confieso con el alma desnuda. Feo y cojo de nacimiento, fui abandonado por mi madre y nunca me acostumbré a la idea de que iba a vivir y a morir tan miserable. Les digo que de todas las soledades, la de falta de amor es la peor. Yo tenía necesidad de ser amado pero nunca conseguí que una mujer me diera al menos un poco de cariño sincero. Las pocas caricias q

Delusión en Noche Buena

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Esa mañana, víspera de Navidad, la viuda Antsiers notó al levantarse que una fila de hormiguitas chiquitinas, de andar muy rápido, se colaban por una hendidura en el marco de una ventana de su mansión victoriana. ―Lo que me faltaba, hormigas. ¿Cómo es posible, si limpio a diario? ― refunfuñó entre dientes―.Tendré que ir por insecticida, maldita sea. Yo que boté la servidumbre por considerarla deficiente. Se calzó unas zapatillas de piel de serpiente, y bajo un sombrero de franela se marchó para el supermercado en un Jaguar negro. Al llegar al centro comercial, una multitud de personas que andaban de aquí para allá y de tienda en tienda en busca del regalo perfecto, le parecieron hormigas revueltas. Un coro de niños cantaba Noche de Paz y un Santa Claus tocaba una campanita de oro. Todo era alegría y júbilo, pero eso no tuvo el menor efecto en ella: lo único que le importaba era exterminar los insectos rastreros que invadían su casa, y sobre la gente, le importaba un pepinillo que